Hace una semana, me estaba preparando para enviar a mi hijo a su octava cirugía. Aunque era ambulatoria y estaba planificada, igual estaba ansiosa porque debían darle anestesia general. Pasamos por esto suficientes veces como para haber desarrollado una rutina para manejar el estrés y cuidar de mí y de mi hijo en todo el proceso. Empaco una bolsa con todo lo que podríamos necesitar en el hospital. Tomo medicamentos antivirales unos días antes de la cirugía porque ahora me suele aparecer en herpes labial o culebrilla cuando entro a un hospital ahora (el estrés psicosomático es real , créanme). Me acuesto muy temprano, porque necesitaré estar descansada. No solo hay que llegar a las 6 a. m. para registrarse, sino que también hay que llenar una montaña de papeleo y hablar con el personal de enfermería, el anestesiólogo y los cirujanos y médicos que realizan los procedimientos, todo mientras preparan a tu hijo para la cirugía. Hay que estar “con las pilas puestas.”
La mañana del procedimiento, me preparo y dejo que mi hijo duerma el mayor tiempo posible. Me pone nerviosa que le dé ansiedad por todas estas batas blancas, así que tomo su manta y su peluche favoritos, y me preparo mentalmente para acurrucar a este niño hasta que se me caigan los brazos. En el pasado, se ha despertado muy aturdido por la anestesia, con muchas molestias, y suele a necesitar atención posoperatoria en la UCI o en una unidad de cuidados intermedios. Solo descansa en mis brazos, así que pensé que hoy no sería diferente.
Estaba equivocada. No sé si es algo de la edad, o el hecho de que ha pasado por esto antes, o qué, pero es como si yo me hubiera vuelto insignificante. Ahí estaba, pensando que él sentiría dolor y molestias, que estaría asustado por lo que lo rodea y triste cuando tuviera que dejarlo para ir a la cirugía. Nada de eso sucedió. No dejó de hablar desde que llegamos, daba vueltas en la cuna, no quería que lo sostuvieran. Cuando llegó el personal, se rio y les balbuceó algo y se robó sus corazones en el proceso. Cuando lo acompañé por el pasillo para dejarlo, se rio y fue con su enfermera sin ningún problema. Me sorprendió un poco… no sabía si estar orgullosa o triste. Mas que nada, me quedé ahí un poco confundida. ¿Tengo oficialmente un “niño grande” ahora? ¿O solo tuvimos un buen día? Quizás fue un poco de ambos, pero esto es lo que aprendí.
Mi hijo es quien se someterá a la cirugía y, si bien se me permite estar ansiosa y nerviosa, realmente debería seguir su ejemplo. Después de todo, esta no será el última, y no quiero que asocie los hospitales con la negatividad. Necesita sentirse cómodo en espacios clínicos, necesita sentirse seguro y saber que estos lugares son buenos y están llenos de personas que lo ayudarán y lo harán sentir mejor. Si actúo asustada y me veo asustada cuando estoy con él, captará esa energía y sentirá que se supone que debe tener miedo. Si lo trato como si estuviera “enfermo” todo el tiempo, actuará como si estuviera “enfermo” todo el tiempo. Y una enfermedad crónica no tiene por qué ser igual a tristeza crónica o inactividad. Es posible tener una enfermedad crónica y vivir una vida muy feliz y plena, salpicada de experiencias médicas necesarias, aunque desagradables.
Una enfermedad crónica no tiene por qué ser igual a tristeza crónica.
Cuando mi hijo volvió a la habitación después de la recuperación, su enfermera dijo que no había dejado de hablar desde que se despertó. Se reía y conversaba y simplemente estaba de lo más “tranqui” en su cama. Yo tenía dos opciones: meterme en la cama con él y abrazarlo, y hacerle sentir que acababa de pasar por algo que exigía un apoyo excesivo; o seguir su ejemplo y meterme en la cama y simplemente jugar y abrazarlo solo cuando fuera necesario. Como mamá, una puede echar un vistazo a su hijo y saber lo que necesita, ya sea un abrazo, un beso, un juguete determinado, mimos o Tylenol… una simplemente lo sabe. Yo adoptaría ese enfoque en la vida cotidiana… entonces, cuando la vida cotidiana incluye muchas estadías en el hospital y procedimientos, la verdad es que no es tan diferente. No me malinterpreten, no estoy diciendo: “No les den demasiado apoyo a sus hijos, los niños deben ser fuertes”. Estoy diciendo que dejen que sus hijos guíen la forma en que ustedes los tratan en cualquier momento determinado. Quizá se sorprendan de lo resilientes que son, y todos podríamos aprender de eso.