Es difícil expresar lo que mi hija mayor, Isa, significa para mí y ese sentimiento especial que ella haya sido mi primera hija. Desde el día en que nació mi niña, no he parado de darle gracias a Dios por la posibilidad de dar vida. Es realmente el milagro más grande de nuestra existencia. Tener a Isa en mis brazos cambio mi corazón, su llegada iluminó mi camino y todo lo que creía saber hasta ese momento empezó a tener otro sentido.
Mi amor por ella es especial porque me mostró el camino hacia la maternidad. Con mi primera hija pase todas las “primíparadas” y superé muchos miedos. Con ella supe que los besos de una hija, aunque sean llenos de mugre, son los más deliciosos y comprendí que, después de equivocarme muchas veces, mi instinto casi nunca falla y es mejor oírlo que dejarme llevar por las experiencias de otros.
Isa es mi primer amor, mi sueño de ser mamá hecho realidad; mi primera compañera de desvelos, de amamantadas con miedos y una pregunta constante cual es ¿Qué hago ahora con esta bebé? Con ella he aprendido a ser mejor persona y mejor mamá. Es mi guía y maestra para entender que funciona, que no funciona y tal vez que puedo hacer diferente con sus hermanas Sabri y Mikis. Con ella he aprendido a superar miedos y obstáculos que me permiten estar más tranquila y segura cuando los vivo con mis otras dos chiquitas.
El amor que siento por mis tres hijas es enorme. Cada una me produce algo diferente y especial, pero el amor por mi primogénita siempre tendrá algo único. Con Isa compartí momentos que nunca viviré con Sabri y Mikis, pues ahora que somos una familia de cinco los momentos a solas con cada una de ellas son bastante escasos.
Muchas amigas que van a tener sus segundos hijos me preguntan sobre lo que pasa cuando nace el segundo y cómo se comporta el corazón. Yo recuerdo perfecto el día que me despedí de Isa en la casa antes de salir para el parto de mi segunda niña. La abrace duro, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón en un nudo, no porque pensaba que pasara algo malo, sino al contrario, porque sabía que estaba llegando el mejor regalo que podríamos darle en su vida, una hermanita. También sabía que en ese momento nuestra relación dejaría de ser exclusiva. No seríamos solo nosotras dos y mis manos y corazón se expandirían en el momento que naciera mi Sabrina.
Hoy, como mamá de tres, y absolutamente enamorada de cada una de ellas y de sus diferencias, valoro inmensamente ese amor y ese tiempo a solas con mi primera niña. Ella me enseñó a ser mamá y hoy en día, al verla ya grandecita, dependiendo cada vez menos de mí, agradezco haber podido disfrutarla como lo he hecho hasta ahora. Seguiremos viviendo primeras veces juntas y abriendo el camino para sus hermanas, seguro que con menos miedos, con mucha más seguridad y con la certeza de que aprenderemos de la experiencia.